Visibilizando el trastorno disfórico premenstrual
Ana Victoria Rábago López
/ Universidad Autónoma de Ciudad Juárez
Dra. Bertha Musi-Lechuga
/ Universidad Autónoma de Ciudad Juárez
La examinación y descripción del sufrimiento premenstrual se remonta a la antigua Grecia, cuando el
padre de la ética médica, Hipócrates, reconoció los síntomas que ocurren antes de la llegada de la
menstruación. Hipócrates incluso describió casos en los que algunas mujeres experimentaban
pensamientos suicidas, además de sufrir síntomas físicos severos durante este periodo [1]. Sin
embargo, fue hasta 1931 que el médico Robert Frank describió la condición como una serie de síntomas
recurrentes como dolores abdominales, dolores de cabeza y tensión severa, que ocurren de 7 a 10 días
antes de la aparición de la menstruación, y señaló por primera vez la conexión entre los síntomas y
las hormonas [2]. La importancia de continuar investigando este tema sigue siendo relevante hasta
nuestros días.
A partir del trastorno depresivo, como se describe en el Manual Diagnóstico y Estadístico de
los Trastornos Mentales, quinta edición, el DSM-V [3] creó una división significativa para
caracterizar los distintos tipos de depresión, ofreciendo criterios específicos para su diagnóstico.
Uno de estos es el trastorno disfórico premenstrual (TDPM), definido como la intensificación
patológica de los cambios físicos y mentales que ocurren durante la fase luteínica, es decir, de 7 a
10 días antes del inicio del ciclo menstrual [4]. Este trastorno afecta intensamente a un porcentaje
significativo de mujeres, estimándose que entre un 5% y un 8% de ellas lo padecen, lo que impacta
negativamente su calidad de vida y su capacidad para realizar actividades cotidianas [5].
El propósito de este artículo es concientizar acerca de las mujeres que sufren un conjunto
de síntomas que les imposibilita continuar con sus hábitos diarios, además de reducir su eficacia en
ámbitos sociales, laborales, académicos e interpersonales [6]. Estos malestares suelen ser
normalizados por su entorno, incluyendo a profesionales médicos, lo cual agrava la situación. Según
el DSM-V, el TDPM no solo causa malestar físico, sino que también afecta significativamente la salud
mental [3], llegando a presentar síntomas similares a la depresión mayor, la depresión postparto y
otros trastornos relacionados [7].
A pesar del reconocimiento del TDPM por parte de la Asociación Americana de Psiquiatría,
que lo incluyó por primera vez en la cuarta edición revisada del manual [8], su diagnóstico sigue
siendo conflictivo entre profesionales de la salud. La falta de diferenciación entre el TDPM y el
síndrome premenstrual contribuye a que ambos conceptos sean confundidos, restando importancia a la
gravedad del trastorno [1].
Es importante dar visibilidad al TDPM y fomentar la creación de redes de apoyo a nivel
institucional y gubernamental para auxiliar a las mujeres que lo padecen. Tales apoyos pueden
incluir desde la divulgación para combatir la normalización del malestar premenstrual hasta
beneficios legales en los espacios laborales y académicos para proteger la salud física y mental de
las mujeres afectadas.
Las investigaciones recientes sobre el TDPM han explorado su prevalencia, factores de
riesgo y la relación con otros fenómenos que contribuyen a su desarrollo. Truyenque [9] realizó una
recopilación de estudios que investigaron la prevalencia del TDPM en mujeres universitarias,
encontrando que entre un 8% y un 35% de ellas presentaban síntomas como fatiga, falta de energía,
letargo, desinterés, dolores pélvicos severos y altos niveles de estrés. Estos estudios también
revelaron que la edad estaba relacionada con la gravedad del trastorno y su impacto en la vida
académica y personal de las mujeres.
Además, se ha demostrado que el estrés y la represión de los síntomas premenstruales
empeoran la sintomatología del TDPM, afectando gravemente el desempeño laboral de las mujeres que lo
padecen [10]. Por otro lado, investigaciones han encontrado una correlación positiva entre el estrés
y la severidad del trastorno, lo que sugiere que a mayor nivel de estrés, más intensos son los
síntomas del TDPM [9]. El estrés académico, en particular, ha sido identificado como un factor que
exacerba el malestar premenstrual.
Se ha señalado que muchas niñas que aún no han experimentado su primera menstruación ven
este proceso como un evento doloroso y traumático que las marcará de por vida, mientras que los
varones lo perciben como un momento en el que las mujeres son improductivas y excesivamente
sensibles [11]. Esta visión de la menstruación como un suceso patológico y traumático refuerza la
idea de que, durante este periodo, las mujeres actúan de manera irracional y su estabilidad
emocional se ve comprometida. Esta perspectiva, influenciada por las normas sociales, restringe la
expresión emocional y conductual de las mujeres, lo que puede generar una falta de acción que agrava
los síntomas y contribuye al desarrollo del trastorno disfórico premenstrual.
La motivación detrás de artículos como este es dar voz a una problemática que muchas
mujeres han experimentado desde su primera menstruación. Nos referimos a la constante normalización
del sufrimiento físico y mental asociado con la menstruación, que es a menudo ridiculizado o
minimizado, restando importancia a los trastornos patológicos que pueden derivarse de este proceso
[12].
Además, el conocimiento sobre el padecimiento está directamente relacionado con la búsqueda
de tratamiento. Si no se aborda a tiempo, la sintomatología puede agravarse de manera exponencial,
afectando gravemente la calidad de vida de las mujeres que lo sufren.
Uno de los estudios que evidencian el desconocimiento general sobre este trastorno demostró
una falta de entendimiento no solo sobre el trastorno disfórico premenstrual, sino también sobre los
factores de riesgo, los síntomas y las opciones de tratamiento disponibles [13]. Esto pone de
manifiesto la falta de comprensión en torno a la salud femenina.
Es importante señalar que, a pesar de los esfuerzos de los investigadores por difundir
información sobre el trastorno disfórico premenstrual, tanto entre mujeres como entre profesionales
de la salud, los niveles de conocimiento y prevención siguen siendo bajos. Esta falta de
conocimiento, especialmente entre el personal de salud, ha llevado a errores en el diagnóstico del
trastorno.
Dado lo anterior, es crucial subrayar la importancia de seguir realizando estudios que
promuevan un mejor entendimiento del trastorno y permitan una atención oportuna. Aunque algunos
profesionales de la salud están concienciados sobre el tema, este conocimiento no se ha extendido lo
suficiente entre la población general, lo que dificulta la educación y la sensibilización al
respecto.
Referencias